Tuesday, December 9, 2008

Explorando los hogares de paisanos


Explorando los hogares en Wisconsin

Espero hayan vivido intensamente las fiestas Gudalupanas como un modo de acercarse más a Cristo nuestro Señor.

Ahora quiero hablar sobre la dinámica que se da en las familias inmigrantes, cuando por necesidad tienen que compartir vivienda.

Muchos de ellos tienen como prioridad ayudar a su familia. Los que se quedan en México y los que logran traer a éstas tierras. De ésta manera, creen que no es dificultad que alguno de la propia familia comparta vivienda. Simplemente creen que es fácil recrear lo que en el pasado sucedió cuando vivían en la casa de sus padres. Existe la consideración en ellos de que con la ayuda de otro inquilino, los gastos se compartirán y será menos gravoso para ellos la renta mensual, otros gastos que se generan y los que pueden ser comunes.

Sin embargo, lo anterior no está exento de otro tipo de dificultades que luego surgen. En primer lugar, no es lo mismo haber compartido vivienda con mis hermanos y hermanas bajo la autoridad de un padre o una madre, que compartir vivienda con mis familiares ahora adultos, en donde cada uno tiene una personalidad definida, y no existe ahora la consideración de la vida infantil o juventud en nosotros, guiada por un padre de familia.

Las dificultades surgen, cuando mis hijos no conocen o les parece extraño que un personaje ajeno al dinamismo familiar se agregue repentinamente. No es lo mismo que yo haya vivido con hermanos, que a mi esposa le pida reciba a un inquilino que le es extraño. Si es un familiar, pero para él o ella es desconocido. Existe el fenómeno ahora, de que la presencia es acompañada por la familia del hermano (a). Por tanto, aunque sepamos convivir y seamos capaces de sentirnos a gusto en éstas situaciones, no se está al margen de tener dificultades que toman vertientes muy similares y que ahora compartimos y debemos solucionar.

Los hijos de mi hermano, por supuesto que la autoridad y derecho de educar están en él, sin embargo, es conveniente que yo no permanezca al margen de las decisiones que a él le tocan y pueda apoyar las cuestiones disciplinares. Es decir, si mi hijo va al cine, obvio que los hijos de él, se sentirán mal si yo no los invito a ellos. Si no me alcanza el dinero, y tampoco mi hermano tiene para ellos, entonces lo más conveniente es que rente una película para todos, y que olvide esa forma de distracción que a mis hijos les iba a divertir. Se trata de ponernos de acuerdo, si él tiene autoridad sobre sus hijos, lo mismo la tendrá sobre los míos. No puedo contradecir lo que él dice y debo buscar igualar los juicios o reglas disciplinares con las del otro. Y no se debe olvidar, que lo mismo tengo que sujetarme a las reglas que el cuñado(a) pone para sus hijos.

Una cuestión que es tal vez vergonzosa tratar, pero es necesario abordar con el fin de prevenir situaciones lamentables, son las formas de vestir. Ahora el hogar, que es un lugar en donde el derecho a la intimidad lo podemos disfrutar al máximo, se encuentra limitado y debemos considerarlo. No podemos vivir pensando que estamos exentos de formas pecaminosas de pensamiento. El hogar se transforma ahora en un lugar donde el pudor al vestir y al hablar debe crecer al máximo.

Otro punto importante, es sabernos necesitados de una vida religiosa intensa. A veces cuando se nada en la abundancia, nada parece que se necesita. Pero, la vida sin Dios, hace que se abran puertas a vicios y formas distorsionadas de concebir la vida. Creemos que lo importante es tener dinero solamente.

El vivir juntos es un don de Dios, un estimulo para tratar de imitar la vida comunitaria de Jesús con sus discípulos. Tenemos que ponernos a observar detenidamente al otro y ver si se siente a gusto con las formas de vida que en un hogar todos estamos compartiendo. Compartamos nuestros alimentos, nuestros objetos electrónicos, puede ser incluso necesario la misma computadora. Vivir juntos es una oportunidad que Dios nos da para vivir la caridad.

Lic. Diácono Ricardo Reyna García

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